VISITA A LAS BODEGAS MONOVAR - MGWINES
POVEDA "Apellido con Arte y Solera"
Con permiso del cronista de nuestra asociación, desearía describir lo compartido con mis buenos amigos samaritas durante la visita a la Bodegas Monóvar MGWINES GROUP (anteriormente Salvador Poveda) y que con agrado rememoro un día después con la esperanza de no olvidar jamás lo disfrutando y vivido, dado que todo fue perfecto: la compañía, la bodega, el fondillón entre otros tantos vinos y muy especialmente, nuestro anfitrión.
Cuantas históricas sorpresas escondidas en aquel curioso paisaje, en el polvo de sus caminos y en sus viñas. D. Rafael Poveda, que siendo experto vinícola y conocedor de lo que en aquel lugar aconteció antaño, hizo con gran dadivosidad papel de versado guía; sabiendo atraer nuestra atención con el relato de crónicas y anécdotas de los grandes hombres que por allí pasaron deleitándose. También en ellos dejó marcada huella: las esencias, los sabores y la tierra que ayer pisamos.
Sorprendente fue comprobar que todo a nuestro alrededor tenía un propósito y encomienda pues nada estaba improvisado o carecía de importancia. Cada planta cumplía la notable función de ayudar a la polinización o de dar un certero aviso ante inoportunas y dañinas plagas. Rodeados de una experimentada y maestra lógica, con el único fin de convertir en arte el tratamiento del zumo de la vid, que paciente espera ya la poda, fuimos emplazados para participar del tal ritual una vez entrado el nuevo año. Sin él, la fuerza adquirida por la cepa en primavera no favorecería el buen desarrollo de tan delicioso y admirado fruto.
Grandes torres de acero, que más parece que soportan, no tanto el cielo, si no todo el planeta, convenientemente refrigeradas, permiten a las levaduras la conversión controlada del azúcar que contiene el extracto de uva, en el líquido embriagador que lo diferencia del aburrido mosto. Tal arte ya fue cultivado por los dioses en tiempos de griegos y romanos; y si no que se lo pregunten a Dionisio o a Baco, que de ello algo saben. Y siendo bebida celestial, cómo no la van a disfrutar, durante su efímera vida, los mortales ávidos de divinos placeres estando a su alcance.
Ya vinos, permanecerán encerrados entre paredes de roble hasta su madurez. Los que hoy hacemos cautivos en sus barricas, serán liberados en las bocas de nuestros hijos y nietos para su deleite; mientras nosotros disfrutamos de los elaborados años ha por nuestros ancestros. Hermosa herencia les espera a las futuras generaciones, sabedores como somos de recibir hoy el esmerado regalo de nuestros maestros y experimentados padres.
Lo mejor aconteció cuando descendimos por unas peculiares escaleras, de irregulares escalones, a la llamada “sacristía”; aunque más que sacristía, es catedral sagrada por las joyas de culto que allí permanecen y descansan. Mientras, se enriquecen para agradar a los paladares más exigentes en las condiciones controladas que aporta la propia tierra, ajena a su labor, que las rodea. Disfrutar del legado de unas delicadas madres celosamente custodiadas fue más que un placer; fue una bendición. Como agradecer al Sr. Poveda su generosidad por compartir tan deliciosos e históricos “caldos”; si así me permite llamarlos el pulcro enólogo celoso del uso de un apropiado lenguaje. Ni en los más ilusos pensamientos oníricos estuvo en nuestra mente la idea de disfrutar en la tierra de tan delicioso néctar, pues de nuevo parece reservado solo para dioses. Si bien surgió discrepancia de pareceres sobre la suavidad de aquellas dos bellezas, los dos jugos, sabiamente envejecidos, se mezclaron en nuestra boca en estricto orden con el sabor del queso fuerte; que en vano quiso disputar el protagonismo a estos dos viejos parientes. Aun a riesgo de que se me trate de exagerado o pedante, diré que aquella sala resultó ser lo más cerca que estaremos del paraíso. Y mientras su aroma embelesaba y despertaba nuestro apetito, D. Rafael con su atención y amistosa empatía tuvo el gesto de acompañarnos durante la agradable comida. Regada toda ella con buenos y propios vinos, se nos permitió juzgar sus embocaduras, aun a riesgo de mostrar nuestra impericia para una apropiada cata. Carentes de una educada boca capaz de acoger y distinguir los matices de tan excelsos sabores, disfrutamos a pesar de ello permaneciendo por momentos en sepulcral silencio ante las sabias explicaciones y oportunas aclaraciones del Sr. Poveda.
Acabado el encuentro degustativo, pasamos a retirar, a precios de agasajo, algunas botellas de los vinos que más nos habían sorprendido o agradado. Ninguno quiso perderse la ocasión de llevarse a casa un recuerdo, un pedacito del sabor de esta antigua bodega que poder compartir con familiares y amigos, mientras se les detalla la inolvidable visita que nos ha proporcionado nuestro presidente.